miércoles, 15 de febrero de 2012

El restaurador de Dios

Traigo hoy aquí este artículo de Álvaro Ojeda dedicado a Paco Bazán, hermano mayor de hermandad de Las Tres Caídas y que me ha emocionado sobremanera dada la situación personal de éste. Le deseo que todo vaya muy bien.

EL RESTAURADOR DE DIOS

En estas últimas semanas, no hemos visto más lejos del horizonte del dedo gordo de nuestro pie. 

Hemos pensado que el tema de los palcos era el fin del mundo, algo parecido a lo que muchos piensan que existe si cruzas el peaje de la autopista, que tras el, caemos en el foso de los monstros, y que se acaba la existencia como en la época de Colón, gran marino y según más de un forofo, bético confeso que no sevillista. De locos.

Y ahora les cuento. La mañana era fría, muy fría. Por el centro sonaban las bocinas del hambre y las voces del paro. En las paradas de autobuses, el aburrimiento jugaba con las abuelas que venían de comprar en la plaza, y en los bares y los corrillos callejeros, se mascaban una conversación trágica con los palcos como protagonistas.

Recién pasado el Señor de la Puerta Real, poco a poco se me acerca de frente un hombre alto, delgado, con la tez albina y con una gorrilla campera verde que tapa la evidencia de su lucha.

El abrazo fue cálido y la sonrisa, tenía el mismo color de la gorrita. Verde Esperanza. Yo que siempre corro en las mañanas y que no me paro ni para saludar, me clavé ante un templario de la vida que empezó a contarme una cruzada llena de sufrimiento… y luz.

Me habló de los días malos, de los buenos, de las fuerzas y de los desánimos, esos que según me contaba, gracias a esta web los soportaba mejor, agradeciéndonos nuestro trabajo diario para que personas como él, tengan por lo menos un puñado de ilusiones, entre ellas… el leernos. Gracias.

Ese día no era día de batalla, y como esos días la canina suele quedarse en otro sitio esperando su momento dejándolo solo con su mejoría, nuestro amigo venía de rezar y buscar su momento con el Padre. Ese mismo, que desde que lo empezó a ensamblar, cosas de la vida, le ha regalado un rayo de luz como esos que entran potentes en primavera por las vidrieras de San Miguel.

Nuestro amigo me habló de lo grande de poder tomarse un café, de poder quedar con la familia, de poder ilusionarse con dar coherencias en un futuro para dar su ejemplo a muchos, y entre otras cosas… de lo que le dijo a su mujer esa misma mañana, "prepárame la túnica que este año salgo en la cofradía."

Y tras diez minutos de una moralizante charla, se marchó aquel hombre camino del Consistorio. Ese hombre, marcado de cerca por esa oscura presencia de tunica negra y rostro transparente del que casi nadie ha escapado en los últimos años en el mundo de las cofradías. Ese hombre, capaz de tomarse un café a la vera de Dios mientras lo restaura y le habla en sus adentros, como capaz es también de verse postrado de dolor en una cama mientras la muerte le saca brillo a la guadaña un día tras otro, mientras con toda la entereza y naturalidad del mundo, sabe que está perdiendo el tiempo con el trapito y el abrillantador.

Se marchó y dejó un "hasta pronto" en mis labios. Se marchó aquel héroe, aquel templario de la vida. Un hombre, un cofrade… Paco Bazan, un superviviente.

Porque si algo tenía claro aquella mañana, es que Dios no se quería quedar sin restaurador.







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