El tiempo sigue su curso y sólo podemos vivirlo. Así, más o menos, empezaba la última entrada de este libro. Qué ajeno estaba a que una semana después tendríamos que enterrar a Belén, con 35 años y dejando a un niño de apenas 2 años recién cumplidos, a un marido desconsolado y a una familia, en especial a su madre, sin un pedazo de ella al que Dios, como a los buenos, se ha llevado muy pronto para que esté con Él, disfrutando del paraíso bastante antes de lo que a todos nos hubiera gustado que lo hiciera.
Cuando pienso en Belén, recuerdo a una chica alegre, muy simpática, muy cariñosa. Fueron muchos los años que Marisina y yo compartimos con Belén, fuimos sus catequistas, alguna vez sus consejeros. Fuimos sus amigos con los que compartió, reuniones, convivencias, excursiones, fiestas, despedidas y nunca una mala cara, al contrario, siempre con una sonrisa, siempre alegre.
Aunque la relación se perdió porque la vida va llevando a cada uno por un lado, siempre tendrás, Belén, un huequito en nuestro pensamiento, y como siempre es ahora cuando nos arrepentimos de tal o cual cosa que pudimos haber hecho mucho mejor. Ahora es cuando vemos lo que realmente merece la pena, lo que tiene sentido.
Hemos sentido mucho tu partida tan pronta de este mundo. Sólo nos queda el consuelo de saber que tenemos otro ángel en el cielo que velará por nosotros y por los nuestros.
Un beso, Belén.

domingo, 20 de febrero de 2011
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